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lunes, 16 de diciembre de 2013

Divorcio: La pareja disfuncional




Según Kernberg (1995) la capacidad para enamorarse es un pilar básico de la relación de pareja, pues supone la capacidad para vincular la idealización del deseo erótico, y el potencial para establecer una relación objetal profunda. Un hombre y una mujer que descubren que se atraen y se anhelan recíprocamente, que son capaces de establecer una relación sexual plena que les procura intimidad emocional y una sensación de realización de sus ideales en la proximidad al otro amado, están expresando no sólo capacidad para vincular incoscientemente el erotismo y la ternura, la sexualidad y el ideal del Yo, sino también para poner la agresión al servicio del amor.

Desde el punto de vista del psicoanálisis kleiniano se estudia la constitución de la pareja no sólo como medio de satisfacción del deseo, sino también
como proceso defensivo inconsciente ante las crisis del sujeto. Así, Lemaire JG (1986) sostiene la tesis de que detrás de las diversas funciones sociales procreativas o económicas que la sociedad intenta hacer llenar a la pareja, se manifiesta su verdadera función psíquica que permite reforzar las estructuras defensivas del sujeto y su lucha contra la muerte y la depresión. Concluye que es imposible abordar el problema de la psicopatología de la vida amorosa en términos estrictamente individuales. Este “engranaje” de las vulnerabilidades no puede concebirse si no es en términos de conjunto de funcionamiento circular y de retroalimentaciones. Si Construir una pareja que no cumpliría esta función protectora, sino que tendrían, por el contrario, un efecto destructor. Si el objeto del deseo es sentido como cuestionador del valor narcisista intrínseco del sujeto, no puede organizarse un lazo estable entre ellos. La pareja sólo puede fundarse y mantenerse si el otro es a la vez objeto de deseo, y más aún un medio de confirmación narcisista de sí mismo; en caso contrario, la separación, o una forma cualquiera de distanciamiento, se produce por sí misma; esta pareja no puede ser patógena por largo tiempo y se destruye. El efecto patógeno podría manifestarse, entonces, cuando los integrantes de la pareja se ven impedidos para separarse; por ejemplo, como consecuencia de las condiciones económicas o por condiciones familiares y ético-culturales: prohibición legal o moral del divorcio y de la separación, presencia de hijos pequeños

En este último caso es frecuente observar que uno de los hijos es, entonces, “utilizado” por la pareja como paciente identificado. Los efectos patógenos se desplazan hacia uno u otro de los hijos, que se convierten en el “chivo expiatorio” encargado de llevar sobre sí los pecados de la pareja o del grupo familiar (Lemaire JG, 1986).

Por su parte Willi J (1993), con base en su larga práctica como psicoterapeuta de parejas, desarrolló un nuevo concepto sobre los móviles y cursos más frecuentes de sus conflictos. Descubrió que los problemas son tan atormentadores, tan penosos, tan difíciles de solucionar porque se basan en un “juego conjunto inconsciente” (colusión). Problemas y conflictos de la misma clase ejercen una gran atracción mutua en dos personas en la fase de elección de consorte. Ambos esperan, el uno del otro, la curación de las lesiones y frustraciones de la primera infancia, anhelan liberarse de los temores preexistentes y subsanar mutuamente la culpa que prevalece de las relaciones anteriores. Las fantasías e imaginaciones no expresadas nunca, que inquietan y unen a ambos consortes, constituyen una predisposición para la formación de un “inconsciente común” (Willi J, 1993).

Un círculo importante de problemas es el que entraña la nueva relación con la familia de origen, en particular con los padres. Por miedo o por sentimientos de culpabilidad, algunos no consiguen levantar una barrera ante sus padres; de modo que éstos se inmiscuyen, aprovechando las oportunidades que se les presentan. Se llega a una lucha por la independencia y la separación.

Bowlby J (1981) señala que los trabajadores sociales estadounidenses especializados en el cuidado infantil han hecho hincapié una y otra vez en la importancia de los problemas emocionales delos padres como causa de la ausencia de cuidado en los hijos, y han insistido, también, en el grado en que la privación y la infelicidad de la propia infancia de los padres han sido la causa de los problemas actuales. El padre inadaptado e inestable que descuida a su hijo es, a menudo, el adulto insensible e inadaptado descrito como uno de los más tristes productos de la privación de madre. Así, aparecen la inconstancia y la irresponsabilidad, la inaccesibilidad a la ayuda, las relaciones superficiales y la conducta sexual promiscua.

J. Bowlby cita dos estudios efectuados en Estados Unidos en 1930, estos convienen en que hay tres cosas de gran importancia para la felicidad conyugal: la felicidad conyugal de los padres de las parejas, una infancia feliz y ausencia de conflicto con la madre. Y se propone fundamentalmente que los niños privados e infelices llegan a ser padres incapaces, produciéndose así otra generación de adultos también incapaces de crear lazos familiares adecuados.


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