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Hace unos años, 7 años para ser exacto, me sorprendió escuchar por
primera vez, en voz de un paciente, los efectos que ser “eliminado del face”
podía tener en el estado emocional de una persona. La situación era que su ex
pareja, con quién tenía una relación de idas y vueltas, finalmente había dado
un paso trascendental: eliminarlo del face. En ese momento mi actitud fue de no
darle suficiente importancia y encargarme de trabajar en que el paciente
devaluara ese acto en su atribución de significado pero ¿qué significaba?
Básicamente era que a pesar de tener meses sin comunicarse, el todavía era
alguien “visto” por ella. Tuve que ingresar a Hi5 y empezar una etapa de placida,
placentera, masturbatoria e improductiva actividad de mirón en las redes
sociales para darme cuenta de que alguna razón más profunda se escondía en la
angustia de aquel paciente.
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Una de las consecuencias más importantes que ha tenido el desarrollo de
las telecomunicaciones en el desarrollo de la cultura moderna es el acelerar
los procesos de desanclaje de la relación tiempo-espacio en las relaciones
interpersonales, principalmente como medio para flexibilizar los procesos
productivos. Hoy ya no es necesario tener un encuentro “cara a cara”, al menos
en lo que significa de presencia simultanea en un lugar, para poder decir que
se esta dando un encuentro. Precisamente por esa época en que tuve la
experiencia que he relatado anteriormente, una familiar, que no era mi paciente
aunque lo debería haber sido, se emborracho en una fiesta y lloro
inconsolablemente hasta la madrugada del día anterior, vomito en una cubeta y
dijo que se quería matar ¿el motivo? Su “osito”, el “novio” con el que acababa
de “cortar” ¿tiempo de relación? 6 meses ¿encuentros cara a cara? ninguno.
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¿Qué función tiene el uso de Internet en la construcción de la
subjetividad? En el libro “Internet y adolescencia” se señala que un impacto
que las redes sociales virtuales tienen en los adolescentes es satisfacer la
necesidad de visibilidad inmediata. Ya no es necesario hacer algo especial, o
como decía Yukio Mishima, ser un técnico experto en tu ramo, para acceder a la
fama. El sueño de los 15 minutos de fama que la utopia warholiana proponía
ahora es una realidad, al menos en tu círculo personal y exactamente por un
lapso de 15 minutos, hasta que tienes un nuevo post en tu muro de inicio.
Incluso, el blog es la forma más usada entre adolescentes como escaparate de su
pensamiento, sus sentimientos y sus fantasías. Paradójicamente es poco lo que
aparece como realización de estas fantasías, y cuando los contenidos personales
hacen su aparición tienen un tono desagradablemente cotidiano y concreto: la
comida que me voy a comer, la ropa que me compre, mi perro favorito, mi
sobrina, mi novio, la foto “pal face” del lugar de vacaciones. La necesidad de
ver y ser visto requiere ser satisfecha de forma inmediata e internet y sus
redes sociales virtuales son una herramienta insustituible para ello.
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¿De dónde viene esta necesidad? Cuando Michel Foucault habla de las
tecnologías del Yo básicamente se refiere a los dispositivos que culturalmente
se han establecido para regular la conducta de hombres y mujeres, para normar
sus acciones en el juego dicotómico de lo permitido y lo prohibido, lo sagrado
y los profano, el vicio y la virtud. Según el desarrollo que propone en su
argumentación, es en el mundo griego de la era pre cristiana cuando estos
dispositivos apelaban al desarrollo de una cualidad de auto observación, que
alcanza su máxima expresión en la escuela filosófica estoica. Marco Aurelio y
Séneca insisten en los beneficios que la práctica de auto examinarse al final
del día, considerando si uno había actuado con rectitud o no, y a partir de
ello identificando cuales eran las debilidades en las que uno había incurrido
para poder, al día siguiente, hacer un esfuerzo por corregirlas. La relación
con otros estaba fundada en el compartir y cuestionar los procesos de cada uno,
un poco como hablar desde la experiencia propia sin imponer nuestro punto de
vista al otro. Sin embargo, con la expansión del cristianismo estos
dispositivos de regulación del Yo se modificaron, hizo su aparición la figura
del confesor y al establecerse un rito ortodoxo religioso aparecieron nociones
como el pecado y la virtud y manuales que los delimitan. De tal manera que el
ideal del gobierno de si paso a ser el gobierno de los otros, gobierno ejercido
por los representantes del poder, terrenal o divino.
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A la par de ese control heterónomo del Yo, se dio otro proceso que tal
vez inicia desde que el primer hombre o mujer de la prehistoria elaboró una
pintura en las paredes de alguna cueva. La fascinación por la imagen y su
representación es uno de los procesos que han moldeado a la humanidad, así como
el desarrollo de los demás canales de percepción sensorial. Sin embargo es a
partir del desarrollo de la tecnología que permitió la difusión masiva de las
imágenes que la visión fue ocupando un lugar cada vez más preeminente en su
papel de conformador de la subjetividad del ser humano. Incluso se ha considerado
que hemos pasado del Homo sapiens (el mono que piensa) al Homo videns (el mono
que ve). Ahora bien, la visión es un camino con doble vía, requiere ver pero a
su vez uno tiene que ser visto. De tal manera que el fortalecimiento de la
relevancia del otro para la conformación del Yo no solo implica otro que este
presente más allá de la etapa de estricta indefensión del animal humano, sino
que tiene un medio privilegiado para ejercer su influencia: la vista.
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El mito griego de Edipo tal vez no tiene como argumento principal el
matar al padre y cogerse a la madre, esa puede ser una lectura adecuada desde
la noción judeo cristiana de Freud. Tal vez hay algo más primitivo en el mito,
algo concreto que se devela en la expiación que se le hace pagar a Edipo:
cegarlo, cegarlo por haber visto lo que no debía haber visto. Extirpar los ojos
para salvar el cuerpo.
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La década de los 60 significo el inicio de la vida televisada, vista a
distancia. La incursión de las tropas estadounidenses en Vietnam, y en especial
la ofensiva del Tet, es considerada como el primer momento en que la población
de Estados Unidos de Norteamérica pudo presenciar en tiempo real el
enfrentamiento entre “sus muchachos” y los “amarillos del vietcong”. El acceso
a equipos electrónicos audiovisuales, a partir de los planes de difusión
cultural y material del american way of
life, derivo en el acceso al cine, la moda y la televisión para millones de
personas. Esto cambió la forma de vernos y sabernos en el mundo. Desde entonces
no hay una persona que en un momento álgido o relevante de su vida no se imagine
el fondo musical ad hoc, la postura
adecuada, el gesto pertinente. Recuerdo a un primo que, fanático del futbol, se
empeñaba en parecer futbolista ¿la vía? Observar con detenimiento los gestos de
los futbolistas en el periódico, en revistas o en televisión (en ese
antecedente de lo que ahora se llama “los rostros de la pasión”), posteriormente
gesticulaba frente a mí y a mis hermanos. El momento cumbre era cuando en plena
canchita podía poner en práctica lo practicado. Lo había logrado, el ya era ese jugador.
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Por ello no es sorprendente que ya en una fecha tan lejana (¿o tan
reciente?) como 1966 James Douglas Morrison, cuyo nombre público definió como
“Jim Morrison”, grabara junto a su grupo The Doors una canción titulada “My eyes have seen you”. En esta, aquel
poeta ebrio vestido de joven león, desplegaba en pocos versos lo que compone,
desde su perspectiva, la visión: un estado progresivo de encandilamiento (“mis
ojos te han visto parada en tu puerta/llévame dentro, muéstrame algo más”), un
proceso bidireccional (“mis ojos te han visto girarte y mirarme/arreglarte el
pelo, sube las escaleras”), una percepción de la realidad que crea la ilusión
de develamiento de la realidad (“mis ojos te han visto libre de
disfraz/contemplando una ciudad bajo cielos de televisión”) y finalmente, una
percepción que en su deleite nos lleva siempre a rogar por más (“mis ojos te
han visto, déjalos fotografiar tu alma/ memorizar tus callejones en un rollo
infinito”). Por supuesto en todos estos versos el protagonista son los ojos de
quien mira, según Morrison, “dos globos blandos que flotan en el hueso”, y sin
embargo son globos blandos que se han convertido en tiranos, que han usurpado
la autoridad de los demás sentidos, bocas hambrientas que se alimentan del
mundo, arquitectos de mundos-imágenes en competencia con lo real.
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En ensayo Eye, de 1968, Morrison se extiende en el tema de la visión y
sus efectos en la vida se los seres humanos. Por una parte señala la
importancia que ha adquirido la vista en la valoración del ser humano respecto
a sus cinco sentidos “pregunta a cualquiera que sentido preservaría por encima
de los otros. La mayoría dirá que la vista”, a la vez que señala el
empobrecimiento que esto representa para la percepción sensorial pues se renuncia
a “un millón de ojos en el cuerpo por solo dos en el cráneo”, sin percatarnos
de que comparativamente la vista no es tan relevante como si lo es, por
ejemplo, el tacto “ciegos, podríamos vivir y quizá encontrar la sabiduría. Sin
el tacto nos convertiríamos en trozos de madera”. Este empobrecimiento
sensorial tiene una contraparte compensatoria, e inevitablemente ilusoria y
efímera, el que la visión es un componente importante en los momentos de
éxtasis “las pupilas se dilatan durante estados anormales. Las drogas, la
locura, la embriaguez, la parálisis, el agotamiento, la hipnosis, el vértigo,
la alta excitación sexual”, asociándose también a la mengua de la razón “el ojo
encuentra su océano cuando cualquier noción racional se disuelve”. En este
proceso es importante la transformación que la visión genera en el objeto
mirado, cual proceso alquímico que
transforma metales básicos en oro (a lo que denomina “proyección”). Este
proceso se pone en juego, por poner un ejemplo, en la elección de la pareja,
que se elije “en primer lugar por la atracción visual. No el olor, el ritmo, la
piel” aunque el contenido de lo real solo pueda ser percibido por el tacto (“es
un error creer que el ojo puede acariciar a una mujer. ¿Está hecha una mujer de
luz o de piel? Su imagen no es real en el ojo, esta grabada en la punta de los
dedos”). Ahora bien, el mirar genera cambios en el tiempo, pues el proceso de
percepción requiere de un estimulo constante que se agota en si mismo, en lo
que puede definirse como la “violencia de un eterno presente”, eterno presente
en la que se da todo el tiempo una relación bidireccional, pues “ver siempre
implica la posibilidad de un prejuicio a la intimidad, pues mientras los ojos
nos revelan el vasto mundo exterior, nuestros propios espacios infinitos se
abren a otros”, lo cual nos pone en situación de riesgo, de vulnerabilidad ante
los otros, el mirar requiere, como señalamos anteriormente, ser visto y eso no
es inocuo, siempre hay la posibilidad de que al ser visto se nos exponga a la
violencia (“las sonrisas de una admiradora bien intencionada ocultan fácilmente
la muerte tras sus dientes de gata”).
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Si el proyecto moderno proponía metas inalcanzables (la libertad y la
igualdad) como faro guía de los individuos, el posmodernismo, olvidándose de la
advertencia de que tal vez sería deseable que no se pudieran alcanzar, hace una
ruptura de los límites y nos dice que todo es posible, los grandes relatos se
han perdido, las utopías y las grandes teorías han demostrado su falsedad. Así
que todos debemos bailar y festejar nuestra liberación. En el desierto que esto
genera tenemos la libertad de mirar, pero también de ser mirados, y en esa
dialéctica nos exponemos a la violencia de la vista de otros. Mirando la portada de un periódico, digamos
La Prensa o El Gráfico, me horroriza imaginar el morir de manera violenta en la
vía pública, horror de la postura inverosímil, de lo ridículo de la ropa
interior expuesta de forma involuntaria, de la flojedad del cuerpo, de las
muecas grotescas de los familiares. Ahora el problema no es morir, es que en la
exposición de mi cuerpo muerto los demás me consumen, me convierto solo en eso
que la fotografía muestra, nada más importa.
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El desarrollo de la humanidad, los avances tecnológicos, el cambio en
los diversos registros del deseo han tenido como motor a la visión. Parecida a
la historia de Walt Disney de Mowgli, Jim Morrison nos habla de Endiku, hombre
salvaje, un animal entre los animales, que un día encontró a una mujer que le expuso
su desnudez, y él reaccionó. Ese día se fue con ella para seguir las artes de
la civilización. La visión es el medio de enganche a la civilización. Sin
embargo los órganos y las superficies evolucionan hasta su forma única. Al pez
lo forma el agua, al pájaro el aire, al gusano la tierra; el ojo es una
criatura de fuego. Tal vez eso sea, en la confrontación brutal con la
materialidad de lo real del acto suicida, lo que vea la persona al sentir que
su vida se va. Los sobrevivientes simplemente seremos como los testigos de Job,
espectadores del cumplimiento de su papel de victima, del espectáculo de la
victima expiatoria, mientras lo material-real de la vida sigue corriendo
indiferente a esta ficción.
Bibliografía.
Morrison, Jim (2001). Canciones y poemas. Editorial fundamentos: Madrid.