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viernes, 16 de mayo de 2014

Visión y modernidad: una tumba poco profunda.





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Hace unos años, 7 años para ser exacto, me sorprendió escuchar por primera vez, en voz de un paciente, los efectos que ser “eliminado del face” podía tener en el estado emocional de una persona. La situación era que su ex pareja, con quién tenía una relación de idas y vueltas, finalmente había dado un paso trascendental: eliminarlo del face. En ese momento mi actitud fue de no darle suficiente importancia y encargarme de trabajar en que el paciente devaluara ese acto en su atribución de significado pero ¿qué significaba? Básicamente era que a pesar de tener meses sin comunicarse, el todavía era alguien “visto” por ella. Tuve que ingresar a Hi5 y empezar una etapa de placida, placentera, masturbatoria e improductiva actividad de mirón en las redes sociales para darme cuenta de que alguna razón más profunda se escondía en la angustia de aquel paciente.

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Una de las consecuencias más importantes que ha tenido el desarrollo de las telecomunicaciones en el desarrollo de la cultura moderna es el acelerar los procesos de desanclaje de la relación tiempo-espacio en las relaciones interpersonales, principalmente como medio para flexibilizar los procesos productivos. Hoy ya no es necesario tener un encuentro “cara a cara”, al menos en lo que significa de presencia simultanea en un lugar, para poder decir que se esta dando un encuentro. Precisamente por esa época en que tuve la experiencia que he relatado anteriormente, una familiar, que no era mi paciente aunque lo debería haber sido, se emborracho en una fiesta y lloro inconsolablemente hasta la madrugada del día anterior, vomito en una cubeta y dijo que se quería matar ¿el motivo? Su “osito”, el “novio” con el que acababa de “cortar” ¿tiempo de relación? 6 meses ¿encuentros cara a cara? ninguno. 


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¿Qué función tiene el uso de Internet en la construcción de la subjetividad? En el libro “Internet y adolescencia” se señala que un impacto que las redes sociales virtuales tienen en los adolescentes es satisfacer la necesidad de visibilidad inmediata. Ya no es necesario hacer algo especial, o como decía Yukio Mishima, ser un técnico experto en tu ramo, para acceder a la fama. El sueño de los 15 minutos de fama que la utopia warholiana proponía ahora es una realidad, al menos en tu círculo personal y exactamente por un lapso de 15 minutos, hasta que tienes un nuevo post en tu muro de inicio. Incluso, el blog es la forma más usada entre adolescentes como escaparate de su pensamiento, sus sentimientos y sus fantasías. Paradójicamente es poco lo que aparece como realización de estas fantasías, y cuando los contenidos personales hacen su aparición tienen un tono desagradablemente cotidiano y concreto: la comida que me voy a comer, la ropa que me compre, mi perro favorito, mi sobrina, mi novio, la foto “pal face” del lugar de vacaciones. La necesidad de ver y ser visto requiere ser satisfecha de forma inmediata e internet y sus redes sociales virtuales son una herramienta insustituible para ello.

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¿De dónde viene esta necesidad? Cuando Michel Foucault habla de las tecnologías del Yo básicamente se refiere a los dispositivos que culturalmente se han establecido para regular la conducta de hombres y mujeres, para normar sus acciones en el juego dicotómico de lo permitido y lo prohibido, lo sagrado y los profano, el vicio y la virtud. Según el desarrollo que propone en su argumentación, es en el mundo griego de la era pre cristiana cuando estos dispositivos apelaban al desarrollo de una cualidad de auto observación, que alcanza su máxima expresión en la escuela filosófica estoica. Marco Aurelio y Séneca insisten en los beneficios que la práctica de auto examinarse al final del día, considerando si uno había actuado con rectitud o no, y a partir de ello identificando cuales eran las debilidades en las que uno había incurrido para poder, al día siguiente, hacer un esfuerzo por corregirlas. La relación con otros estaba fundada en el compartir y cuestionar los procesos de cada uno, un poco como hablar desde la experiencia propia sin imponer nuestro punto de vista al otro. Sin embargo, con la expansión del cristianismo estos dispositivos de regulación del Yo se modificaron, hizo su aparición la figura del confesor y al establecerse un rito ortodoxo religioso aparecieron nociones como el pecado y la virtud y manuales que los delimitan. De tal manera que el ideal del gobierno de si paso a ser el gobierno de los otros, gobierno ejercido por los representantes del poder, terrenal o divino.

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A la par de ese control heterónomo del Yo, se dio otro proceso que tal vez inicia desde que el primer hombre o mujer de la prehistoria elaboró una pintura en las paredes de alguna cueva. La fascinación por la imagen y su representación es uno de los procesos que han moldeado a la humanidad, así como el desarrollo de los demás canales de percepción sensorial. Sin embargo es a partir del desarrollo de la tecnología que permitió la difusión masiva de las imágenes que la visión fue ocupando un lugar cada vez más preeminente en su papel de conformador de la subjetividad del ser humano. Incluso se ha considerado que hemos pasado del Homo sapiens (el mono que piensa) al Homo videns (el mono que ve). Ahora bien, la visión es un camino con doble vía, requiere ver pero a su vez uno tiene que ser visto. De tal manera que el fortalecimiento de la relevancia del otro para la conformación del Yo no solo implica otro que este presente más allá de la etapa de estricta indefensión del animal humano, sino que tiene un medio privilegiado para ejercer su influencia: la vista.


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El mito griego de Edipo tal vez no tiene como argumento principal el matar al padre y cogerse a la madre, esa puede ser una lectura adecuada desde la noción judeo cristiana de Freud. Tal vez hay algo más primitivo en el mito, algo concreto que se devela en la expiación que se le hace pagar a Edipo: cegarlo, cegarlo por haber visto lo que no debía haber visto. Extirpar los ojos para salvar el cuerpo.


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La década de los 60 significo el inicio de la vida televisada, vista a distancia. La incursión de las tropas estadounidenses en Vietnam, y en especial la ofensiva del Tet, es considerada como el primer momento en que la población de Estados Unidos de Norteamérica pudo presenciar en tiempo real el enfrentamiento entre “sus muchachos” y los “amarillos del vietcong”. El acceso a equipos electrónicos audiovisuales, a partir de los planes de difusión cultural y material del american way of life, derivo en el acceso al cine, la moda y la televisión para millones de personas. Esto cambió la forma de vernos y sabernos en el mundo. Desde entonces no hay una persona que en un momento álgido o relevante de su vida no se imagine el fondo musical ad hoc, la postura adecuada, el gesto pertinente. Recuerdo a un primo que, fanático del futbol, se empeñaba en parecer futbolista ¿la vía? Observar con detenimiento los gestos de los futbolistas en el periódico, en revistas o en televisión (en ese antecedente de lo que ahora se llama “los rostros de la pasión”), posteriormente gesticulaba frente a mí y a mis hermanos. El momento cumbre era cuando en plena canchita podía poner en práctica lo practicado. Lo había logrado, el ya era ese jugador.


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Por ello no es sorprendente que ya en una fecha tan lejana (¿o tan reciente?) como 1966 James Douglas Morrison, cuyo nombre público definió como “Jim Morrison”, grabara junto a su grupo The Doors una canción titulada “My eyes have seen you”. En esta, aquel poeta ebrio vestido de joven león, desplegaba en pocos versos lo que compone, desde su perspectiva, la visión: un estado progresivo de encandilamiento (“mis ojos te han visto parada en tu puerta/llévame dentro, muéstrame algo más”), un proceso bidireccional (“mis ojos te han visto girarte y mirarme/arreglarte el pelo, sube las escaleras”), una percepción de la realidad que crea la ilusión de develamiento de la realidad (“mis ojos te han visto libre de disfraz/contemplando una ciudad bajo cielos de televisión”) y finalmente, una percepción que en su deleite nos lleva siempre a rogar por más (“mis ojos te han visto, déjalos fotografiar tu alma/ memorizar tus callejones en un rollo infinito”). Por supuesto en todos estos versos el protagonista son los ojos de quien mira, según Morrison, “dos globos blandos que flotan en el hueso”, y sin embargo son globos blandos que se han convertido en tiranos, que han usurpado la autoridad de los demás sentidos, bocas hambrientas que se alimentan del mundo, arquitectos de mundos-imágenes en competencia con lo real.


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En ensayo Eye, de 1968, Morrison se extiende en el tema de la visión y sus efectos en la vida se los seres humanos. Por una parte señala la importancia que ha adquirido la vista en la valoración del ser humano respecto a sus cinco sentidos “pregunta a cualquiera que sentido preservaría por encima de los otros. La mayoría dirá que la vista”, a la vez que señala el empobrecimiento que esto representa para la percepción sensorial pues se renuncia a “un millón de ojos en el cuerpo por solo dos en el cráneo”, sin percatarnos de que comparativamente la vista no es tan relevante como si lo es, por ejemplo, el tacto “ciegos, podríamos vivir y quizá encontrar la sabiduría. Sin el tacto nos convertiríamos en trozos de madera”. Este empobrecimiento sensorial tiene una contraparte compensatoria, e inevitablemente ilusoria y efímera, el que la visión es un componente importante en los momentos de éxtasis “las pupilas se dilatan durante estados anormales. Las drogas, la locura, la embriaguez, la parálisis, el agotamiento, la hipnosis, el vértigo, la alta excitación sexual”, asociándose también a la mengua de la razón “el ojo encuentra su océano cuando cualquier noción racional se disuelve”. En este proceso es importante la transformación que la visión genera en el objeto mirado, cual proceso  alquímico que transforma metales básicos en oro (a lo que denomina “proyección”). Este proceso se pone en juego, por poner un ejemplo, en la elección de la pareja, que se elije “en primer lugar por la atracción visual. No el olor, el ritmo, la piel” aunque el contenido de lo real solo pueda ser percibido por el tacto (“es un error creer que el ojo puede acariciar a una mujer. ¿Está hecha una mujer de luz o de piel? Su imagen no es real en el ojo, esta grabada en la punta de los dedos”). Ahora bien, el mirar genera cambios en el tiempo, pues el proceso de percepción requiere de un estimulo constante que se agota en si mismo, en lo que puede definirse como la “violencia de un eterno presente”, eterno presente en la que se da todo el tiempo una relación bidireccional, pues “ver siempre implica la posibilidad de un prejuicio a la intimidad, pues mientras los ojos nos revelan el vasto mundo exterior, nuestros propios espacios infinitos se abren a otros”, lo cual nos pone en situación de riesgo, de vulnerabilidad ante los otros, el mirar requiere, como señalamos anteriormente, ser visto y eso no es inocuo, siempre hay la posibilidad de que al ser visto se nos exponga a la violencia (“las sonrisas de una admiradora bien intencionada ocultan fácilmente la muerte tras sus dientes de gata”).


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Si el proyecto moderno proponía metas inalcanzables (la libertad y la igualdad) como faro guía de los individuos, el posmodernismo, olvidándose de la advertencia de que tal vez sería deseable que no se pudieran alcanzar, hace una ruptura de los límites y nos dice que todo es posible, los grandes relatos se han perdido, las utopías y las grandes teorías han demostrado su falsedad. Así que todos debemos bailar y festejar nuestra liberación. En el desierto que esto genera tenemos la libertad de mirar, pero también de ser mirados, y en esa dialéctica nos exponemos a la violencia de la vista de otros.  Mirando la portada de un periódico, digamos La Prensa o El Gráfico, me horroriza imaginar el morir de manera violenta en la vía pública, horror de la postura inverosímil, de lo ridículo de la ropa interior expuesta de forma involuntaria, de la flojedad del cuerpo, de las muecas grotescas de los familiares. Ahora el problema no es morir, es que en la exposición de mi cuerpo muerto los demás me consumen, me convierto solo en eso que la fotografía muestra, nada más importa.


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El desarrollo de la humanidad, los avances tecnológicos, el cambio en los diversos registros del deseo han tenido como motor a la visión. Parecida a la historia de Walt Disney de Mowgli, Jim Morrison nos habla de Endiku, hombre salvaje, un animal entre los animales, que un día encontró a una mujer que le expuso su desnudez, y él reaccionó. Ese día se fue con ella para seguir las artes de la civilización. La visión es el medio de enganche a la civilización. Sin embargo los órganos y las superficies evolucionan hasta su forma única. Al pez lo forma el agua, al pájaro el aire, al gusano la tierra; el ojo es una criatura de fuego. Tal vez eso sea, en la confrontación brutal con la materialidad de lo real del acto suicida, lo que vea la persona al sentir que su vida se va. Los sobrevivientes simplemente seremos como los testigos de Job, espectadores del cumplimiento de su papel de victima, del espectáculo de la victima expiatoria, mientras lo material-real de la vida sigue corriendo indiferente a esta ficción.

 Autor:

Mtro. Emmanuel Santos Navaéz
Cofundador de Almáciga.


Bibliografía.

Morrison, Jim (2001). Canciones y poemas. Editorial fundamentos: Madrid.