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lunes, 24 de enero de 2011

De la dilución a la desilusión: feminicidios en el Estado de México




"I USED TO LOVE HER
BUT I HAD TO KILL HER..."
Axl Rose

El fenómeno de la violencia de género es uno de los más difíciles de tratar en Medicina. Es una temática compleja de carácter interdisciplinario que rebasa por mucho el modelo médico positivista y nos exige recurrir a modelos comprensivos más amplios e integrales. No obstante, pretender su comprensión absoluta sería pretensioso, ya que para aproximarse a un fenómeno tan problemático se tendrían que considerar aspectos antropológicos, históricos, socioculturales, socioeconómicos, políticos, filosóficos, religiosos y legales para apenas esbozar un marco de referencia y posteriormente un paradigma teórico, cuyo punto de partida nos permitiera hacer hipótesis posibles y por ende útiles para el diseño de estrategias de prevención, detección oportuna y atención integral.

Justamente por las múltiples aristas que representa la entidad de esta violencia y la magnitud de sus expresiones como fenómeno social, es que considero que uno de los principales objetivos de esta serie de ensayos estará orientada a evaluar la conducta del
personal de salud y los servidores públicos frente a las víctimas de violencia, ya que esta grave problemática y sus consecuencias, no son previstas durante la formación en medicina ni durante el entrenamiento en psiquiatría y mucho menos en los “cursitos express de carácter obligatorio” a los que son sometidos los servidores públicos.

Iniciaré de frente al espejo y los señalamientos anteriores son de suma relevancia, ya que en su mayoría, el personal de salud tiene conciencia de la carencia hasta que una mujer muere en la sala de urgencia tras ser violada tumultuariamente. Después de 14 años de ejercer la medicina yo no estaba listo para tan monstruosa escena, jamás había presenciado que a un ser humano se le haya sido arrancado un pezón a mordidas. Ello era el límite de la cordura, la frontera del canibalismo más vil. Después del choque me dí cuenta que los proyectos curriculares no contemplan éstas situaciones en los planes de estudio, creándose de facto una inercia desde nuestra perspectiva humana - nos sentimos arrollados por la impotencia y el silencio que envuelve el “manejo de estos casos”, cuando socialmente hay una gran necesidad de intervención - Este vacío formativo, termina por impactar negativamente al personal médico y a las víctimas. En otras palabras, el profesional de la salud se ve confrontado con su propia historia de vida, lo cual genera una serie de sentimientos ambivalentes que le vinculan a la conciencia del ejercicio y el sufrimiento de la violencia; cuestión que hace el trance más doloroso para ambos y sobrecarga la experiencia cotidiana de agresividad y angustia.

Por otra parte, la respuesta institucional ante la violencia, en principio es generalmente de negación, contexto en el cual se considera que el sistema de salud se constituye como un actor social que desarrolla formas coercitivas de control, segregación y exclusión. Dimensiones las cuales se manifiestan en una amplia gama de acciones, entre las que destacan, el someter a las víctimas al silencio tras disuadirlo para que no ejerza sus derechos e igualdad (re-victimización); configuración que incluso niega la autonomía y el reconocimiento de los sujetos para respetar sus derechos subjetivos y personalísimos.

De tal manera que ante la exigencia social de brindar atención y tratamiento desde un abanico comprensivo y holístico de esta problemática, la legitimidad de la medicina a este respecto es ampliamente discutida, -dado que siguen contemplando- la vigencia de los paradigmas positivistas, de naturaleza dogmática e inflexible, en la formación de profesionales en el área de salud, debido a que históricamente han evidenciado, que entre más se alejan los programas de estudio de las “humanidades” y de una verdadera metodología de las ciencias humanas, más se le dificulta a los facultativos enfrentar situaciones en las cuales predomina la falta de control de las variables y la incertidumbre entendiendo la propia condición humana y lo inesperado de la existencia. Esta reflexión es pertinente en los términos de la siempre presente defensa omnipotente del personal de salud, para hacer valer la siempre ponderada legitimidad científica de sus preceptos, los cuales paradójicamente son ineficaces, ante los enormes retos del fenómeno tan complejo de la violencia, que en la mayoría de los casos no se atreven ni siquiera a reportar en los sistemas estadísticos, entendiendo éstos como datos susceptibles de una valoración más profunda en paradigmas de investigación cualitativo.

En esta inteligencia, las inquietudes surgidas de la experiencia que he desarrollado sirva como justificación para el presente trabajo, de tal manera que la observación del fenómeno esbozado en los párrafos anteriores, la adquirí tras ser partícipe en el Programa de Prevención y Atención a la Violencia Familiar y Sexual en el Modulo de Mujer, Familia y Salud del Hospital General de Naucalpan del ISEM. Esta experiencia ha cuestionado las bases de mi labor médica y ejercicio de la psiquiatría, por lo que en primera instancia, hizo posible tolerar la incertidumbre propia del tema por ignorarlo; posteriormente reconocer y dejarme afectar[1] o sensibilizarme por el fenómeno de la violencia de género, abandonar las posturas unívocas y enfrentarme a la ambivalencia de los distintos actores. Por otra parte, la complejidad y particularidad de cada estrategia en la atención a los usuarios, me llevó a cuestionar los programas de atención a víctimas de violencia de género propuestos por el Gobierno Federal, que en su mayoría, pretenden aterrizar algoritmos de la literatura anglosajona proponiendo preceptos generales, obstruyendo la posibilidad de formular marcos comunitarios comprensivos y por lo tanto resolutivos a partir del planteamiento de una relación humana empática y facilitadora que empodere, tanto del personal de salud como a las víctimas, de capacidad resolutiva y asertividad.

Las reflexiones anteriores vienen a colación pues la semana pasada escuché al procurador Alfredo Castillo Cervantes esgrimiendo estadísticas que inicialmente ofenden la inteligencia de los mexiquenses y la de mis compañeros psicólogos, ginecólogos, urgenciólogos, médicos familiares, enfermeras y trabajadores sociales que día a día nos sentimos rebasados por el drama de la violencia contra las mujeres, niños, homosexuales y varones. Debemos dejar claro y sin cortapisas que como Gobierno somos responsables de las 992 muertes, esta perspectiva es absoluta y reconocer que a nivel Federal, Estatal y Municipal por lo menos el año pasado se paralizó la agenda. Pueden preguntarle a cualquiera de mis compañeros del Hospital General de Naucalpan la muerte y la violencia se respira y se impregna en la piel. Las cifras que esgrime el procurador entre fríos borbotones verborreicos para nosotros significan dolor y desesperanza cuando las salas de espera están atestadas de familiares desesperados que buscan a sus hijos, hijos que pierden a sus padres, padres que pierden a sus hijos.  
Representantes del Gobierno Federal, Estatal y Municipal hemos fracasado y más nos convendría aceptar la crisis humanitaria que carcome nuestra sociedad y despolitizar las posibles interpretaciones, analizar las “estadísticas” existentes (las cuales ya deberían estar analizas ¿sí no en base a qué toma decisiones el Gobierno?), dar la cara y concentrar los esfuerzos que se realizan en esta materia. Recordemos que es nuestro deber promover el Desarrollo social y económico, así como brindar seguridad a quienes resguardamos. Es cobarde, mas allá de las definiciones, que el Gobierno esfuerce para salir al paso: “Yo creo que todas las procuradurías debemos checar muy bien esto y al final definir una metodología que nos diga que no basta a veces el tema de la violencia sino que aparte hay que verlo por tres o cuatro variables más que te pudieran llegar a definir (si es o no un feminicidio)”[i].

¿Debemos definir una metodología para clasificar a nuestros muertos, muertas ó muertitos? ¿Ello en que abona a la solución del fenómeno?




La Ilustración pertenece a la colección de LeLarve:
“ ELLE EST COMME UN ARC EN CIEL”
TÉCNICA: Ilustración digital.
TAMAÑO: 38 x 35 cm Papel de algodón 150gr. 
COSTO: $ 5500 m.n. más gastos de envío. http://lelarve.blogspot.com/

[1] La experiencia se obtiene cuando el ser humano se aproxima al objeto y este imprime una serie de vivencias que modifican su matriz interpretativa generando afectos (emociones). En este caso en particular me refiero a la conciencia de los afectos.

[i] http://www.milenio.com/node/621114


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