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lunes, 21 de junio de 2021

El Sujeto frente a las drogas.

Cada día incrementan los reportes de muertes asociadas al abuso de drogas y las demandas de atención en urgencias y terapia intensiva. Los pacientes en su mayoría tienen entre 14 y 16 años, con una proporción mayor de mujeres. La mayor parte de los casos muestran una grave intoxicación por alcohol, más dosis letales de dos sustancias de abuso, en general cocaína y derivados anfetamínicos. 

Ante el drástico cambió del horizonte adictológico debemos reconocer que confluyeron una serie de cambios sociales que alteraron profundamente la construcción social, lo que generó la mutación del fenómeno y lo hizo peligrosamente virulento. Hoy el adicto es un policonsumidor, consume hasta cuatro drogas distintas de forma cotidiana a altas dosis. No existe una diferencia  estadísticamente significativa a lo que respecta a la variable de nivel socioeconómico, lo que significa que no es un flagelo atribuible a la marginación.

Si nuestra sociedad abortara la moral guadalupana, en definitiva podríamos advertir que se están asentando los cimientos de una era dominada por el consumismo, la voracidad insaciable y la inmediatez. La realidad se colapsó bajo el peso de las Fake News y, frente a la desconfianza como norma, no existe ideal que no se haya derrumbado o esté al borde del colapso.

El frenesí del consumismo ante el efímero placer de los satisfactores, provoca que la compulsión sea el instinto que domine la elección de la conducta. El claro ejemplo son los dispositivos inteligentes, poseerlos emerge como una imperiosa necesidad cuya satisfacción no admite demora, la magia se extingue tras el acto de poseer, el objeto pierde la capacidad de generar satisfacción y la nueva versión, cuyos cambios son mínimos evocan el Mito de Sísifo.

A la compulsión sin saciedad, Freud le confiere el carácter de un placer negativo. La era que empieza es como ingresar al tercer círculo del infierno. Al ser la satisfacción imposible la presencia de una angustia desbordada y sin sentido hará que las adicciones se reproduzcan como el moho: adicción a los videojuegos, adicción al trabajo, adicción al sexo, adicción a las relaciones destructivas, adicción a los carbohidratos, adicción al deporte, adicción al tabaco, adicción al alcohol y adicción a las drogas.  Este  punto es altamente relevante pues los estudios neurofisiológicos especifican que sólo aquellas sustancias que alteran las vías de recompensa son capaces de generar auto administración compulsiva, sin embargo todo aquello que el sujeto le confiera propiedades de objeto adictivo activan lo que Freud denominó compulsión a la repetición. Se actúa aquello que el sujeto no recuerda pero no ha olvidado y por supuesto no ha reprimido. 

Las drogas son el objeto artificial psíquico ideal. La primera pulsión en expresarse es Eros, su naturaleza desciende como una brisa fresca y suave, su esencia entraña una ilimitada capacidad erotica, bajo las delicias que su suave canto inspira, congrega, une, concilia y confiere fuerza y valor creativo.  La cara agazapada la representa Thanatos, siempre en las esquinas como las serpientes, impredecible, leal a su naturaleza mortífera e impredecible, su ataque es artero y a una velocidad tras la cual no sabes lo que te sucedió y solo te queda el dolor y la certeza ineludible que tú eres el único responsable de la autodestrucción que lentamente y alargando el dolor acertará tras un infarto la disolución de tus emociones o tras un derrame cerebral el exterminio del pensamiento y la palabra. La sustancia Thanatica tripula la potencia farmacológica que a punto de alcanzar niveles letales, congrega la pulsión de muerte, evoca recuerdos infantiles dolorosos, reaviva la angustia de abandono,  sumerge al pobre diablo moribundo a la reedición del dolor ejercido por sus padres sádicos a los que fantasmagóricamente satisface al darle cumplimiento a las maldiciones que lo condenaron como un ser insuficiente, incapaz siquiera de alcanzar el fracaso, anulándolo y condenándolo a vivir siendo nada, algo menos que un fantasma. Sobreviene la aterradora exuberancia de la certeza paranoide, La ley le persigue para castigarlo y aún, en medio de este infierno paranoide, con la certeza de la muerte  cuestas, el sujeto nacionalizado en la inmediatez es incapaz de detener la administración compulsiva de la droga. Las personas que le rodean, lo viven como nada, poco les vale que viva o muera. 

En medio de este tormento consume alcohol para atenuar los efectos neurovegetativos de los estimulantes. El adicto, prisionero de su compulsión ya agotó todas las vías conocidas de administración: inhalar, fumar, inyectarse e introducir la droga vía rectal. Hay que resaltar que desde la primera administración existen una estrecha relación entre la droga y el dolor, los hidrocarburos y los ácidos que  la componen erosionan los tejidos, irritan, congestionan y laceran. El daño y el dolor son inseparables, lo que constituye el acto de drogarse en un ejercicio perverso, masoquista, relacionado con la mortificación y el aniquilamiento del cuerpo. 

Llega un momento en que las drogas saturan todos los receptores neuronales y es imposible incrementar el efecto de la sustancia. La autoadministración compulsiva aún así no se detiene y lo único que incrementa es el dolor: aparecen cefaleas que rápidamente se convierten en migrañas, dolor retroocular, opresión pectoral, taquicardia, arritmias, dificultad para respirar, mareo, confusión, reflujo y náusea, vértigo severo e incapacidad de mantenerte en pie. Sin control de ninguna de las funciones, el individuo se entregas a la agonia. Pero la potencia devoradora del deseo de aniquilación le ordena una dosis más. El último remanso de la consciencia o el instinto de supervivencia le suplica “ya no más” pero la administración se repite, en automático, sin saber, sin palabra, sin voluntad el individuo, emplea sus últimas fuerzas y se torna voraz, francamente deshinibido expresan sin pudor lo más íntimos de sus pulsiones polimorfas abismándose en locura. 

En la recta final del camino hacia la muerte, el conjunto de fuerzas que se resisten a la muerte y preservan la vida que se agotan, interponen resistencia para humanizar al individuo y lo sitúan por unos instantes en ese sitio, seguramente situado en algún lugar del cíngulo con conexiones hipocampicas que Freud nombró Nirvana. En sus últimos instantes, el ser cuya intención jamás fue precipitar su muerte, sino huir de lo insoportable, ve realizado su deseo: percibir la ausencia del malestar, del dolor y el sufrimiento. El vacío que lo atormentaba y que en vida fue  incapaz de sostener se disipa. La materia biológica que sostiene sus funciones biológicas se desnaturalizan bajo la acción del fenómeno conocido como muerte. Tras la reducción del flujo sanguíneo cerebral experimenta un sensación de desdoblamiento, las vías encargadas  del dolor dejan de transmitir y la sensación de disolverse transcurre lentamente hasta consolidar la inexistencia. 

Ante esta nueva era que nos adentrará en el frenesí del tercer círculo del infierno, basándome en mi experiencia clinica, el análisis de casos de otros colegas y en observación que sólo pueden sólo pueden ofrecer observaciones anecdóticas de la conducta de los  adolescentes, me atrevo a sostener, que voluntad al estar dominada por la compulsión de consumismo, no permite la representación de la e la vida y la muerte en el inconsciente, por lo que el suicido es un riesgo carente de significado. Cuando el frenesí del consumo y la certeza de la imposibilidad de ser saciado persigue a los ciudadanos del Tercer círculo, son presas de la velocidad, fustigados por la inmediatez y la incapacidad de aplazar la satisfacción acceden a los tóxicos con el deseo que el mundo se detenga y que todas aquellas exigencias que la voracidad le demandan llenar el vacío que crece abismalmente  encuentren asidero en el objeto artificial psíquico perfecto.

Por último ante el colapso de la credibilidad y la confianza, la posibilidad eficaz que propongo es que el varón se haga cargo de reconstruir su masculinidad, sin temor al inevitable enfrentamiento feminista, se afirme con el Padre, ejerza la ley, imponga el retraso a la obtención de la satisfacción inmediata y a través de una presencia constante pueda discernir un rapto de locura e interponerse.



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