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domingo, 6 de julio de 2014

So Cruel 4



“ With your feet on the air and your head on the ground
Try this trick and spin it, yeah
Your head will collapse
But there's nothing in it
And you'll ask yourself ”





¿Doctor usted alguna vez se ha sentido envuelto por la eternidad? 

¿Alguna vez se ha sentido eterno, afuera,  como si no existiera un adentro… como sí su cuerpo no estuviese limitado por la piel, los huesos, la carne  y lo constituyeran estrellas, planetas, galaxias, la inmensidad misma? 

– Julio guarda un trémulo silencio, mira el piso siguiendo el dibujo de las vetas en la duela y prosigue bajando el tono de la voz, casi como en un débil murmullo - Es sentir como si Dios existiera 

– Hace una breve pausa y me observa sonrojado 

 ¿Lo ha sentido? … 

 No respondo a su pregunta, guardo silencio y observo las excoriaciones en la piel de su frente y mejillas. El ojo derecho apenas lo puede mantener abierto debido a la equimosis y
el edema supraorbitario y palpebral es severo.

Percibe que lo observo y continúa - ¿Seguramente se ha de estar preguntando cómo me hice esto? 

– Permanezco sereno, inmóvil y en silencio. Él continua, estoy supervisando un desarrollo hotelero en “Holbox” - hace un gesto de burla - ¿Usted sabía que en Maya jool significa agujero y boox negro, me pareció importante comentárselo por lo que sucederá después en la narración. 

En fin, el proyecto "ecológico" emblemático de la actual administración estatal es un verdadero ecocidio con olor al napalm de la corrupción… ¿Pero quién soy yo para juzgarlo? Soy el Pol Pot del Caribe mexicano: sin expectativas, memoria, sin moral ¿acaso yo puse las reglas? No, simplemente  las tengo claras y sé a qué atenerme ante los dueños del dinero y  los cínicos tienen claro a qué atenerse conmigo. No soy un asesino. Soy un genio. 

Un artículo suntuario que deben de “tener” para sostener el estatus. Soy quién idea sus pirámides, sus rascacielos, las oficinas que conjugan con sus minúsculos “huevos” – Señalo - ¿”huevos”? – responde Julio ligeramente irritado

– Quise decir egos, minúsculos egos …  no hay Faraón sin una pirámide digna… – recorre mi consultorio con un gesto sardónico de desprecio. 

Le noto suturas en la región frontoparietal izquierda de aproximadamente 5 cm que por la discreción fueron hechas por un cirujano plástico.

-¿En qué estábamos? … ¡Ah, sí¡ ya recuerdo, en que usted se está preguntando como fue que me hice esto - se señala con la mano derecha la cara.

-¿Usted se lo infligió? le pregunto pues es la segunda ocasión que afirma “me hice esto” --¿Autoinflingido? Excelente hipótesis Doctor, excelente como siempre… 

La hipótesis del accidente o el gesto estúpido no terminaban de convencerme, aunque fue un accidente y un gesto estúpido. Me explico: Esa noche trabajé hasta la madrugada, el remolque estaba aparcado muy cerca de la ensenada. Salí a caminar por la playa para relajarme y noté sobre la arena un pequeño bote de caucho con el que los ingenieros un día anterior hicieron mediciones del sedimento, la pendiente y la dinámica geomórfica de la playa. Era temprano, la todo estaba vacío, había una tenue neblina y el agua estaba terriblemente fría. Me recosté sobre proa de la embarcación de hule. Estaba consciente que la lancha no estaba sujeta y el motor no estaba colocado. 

La mar estaba ligeramente encrespada y sinceramente comencé a gozar de ese  musitar violento entre el vaivén de las olas. Cerré los ojos y sobrevino esa sensación espiritual – hace una pausa con un gesto de molestia – me desagrada la palabra “espiritual” pero no encuentro otro sinónimo para definir la sensación. Éxtasis. 

Se generó un eco sordo a través del cual  a lo lejos sólo se escuchaba como las olas rompían brutales  contra las inamovibles rocas. 

Mi pensamiento se detuvo. Hacía frío. Todo en mi transcurría puro, límpido, transparente. Las olas sucedían a intervalos muy cortos. Lentamente fui cediendo al cansancio, la placidez  y soñé:  - Estaba caminando por Abruzzo, eran las calles de Téramo, no llevaba dirección ni prisa. Estaba vestido de negro. Usaba corbata negra. Experimentaba el más intenso deleite. Me hacen falta palabras para describirlo. Cada espacio representaba una sensación y una lógica distinta. Caminar por esas calles  observando todo en distintas dimensiones parecía una revelación de la más fina y elevada física cuántica. Cada ocasión que llegaba al final de esas estrechas callejuelas debía elegir una nueva dirección, o me sorprendían escalinatas, fuentes, puertas... esa emoción me entusiasmaba desde lo profundo. 

Era para mí un deleite no tener rumbo o elegir a cada momento uno distinto. El macizo montañoso de la campiña lo impregnaba todo de un clima ligeramente frío. 

El atardecer iluminaba el ambiente de tonos azul violáceo. Las calles de cantera estaban ligeramente húmedas lo que hacía resaltar el olor a madera, tierra y agua. 

Entonces, la observé a lo lejos, como una aparición. Vestido azul a rayas y unas hermosas zapatillas. Ella dio vuelta en una callejuela y me miró melancólicamente. Corrí tras de ella. No podía perderle por cuarta ocasión. Temía resbalar por los zapatos y el traje que vestía. Hasta ese momento reparé que traía puesta la ropa del día que sepulté a mi madre. A pesar que sabía que ella había muerto estaba sumamente feliz de haberla encontrado de nuevo. Cuando la alcancé, la tomé de los hombros y la abracé profundamente por detrás, su cuello olía a lila, tilo, peperina y notas medias de mandarina y jazmín. El contacto con su cuerpo era confortable, como si estuviésemos alineados de forma perfecta.  

Ella dijo:- Muchos sentimientos guardados por tantos años. Afectos que han madurado. Es duro para mí, pero siempre voy a creer en nosotros. Estés o no a mi lado, siempre voy a creer en este vínculo que nos une. Eres mío y eso nadie me lo va a quitar –me toma de los brazos, inclina delicadamente su mejilla y permanecemos ovillados por unos instantes –después continúa.  

Julio tu vida está mejor desde que me constituiste como una fantasía intangible. Soy la piedra angular que sostiene tus resentimientos. Lo comprendo. Estabas muy herido. Pero organizaste tus experiencias de rechazo y odio indiscriminado a los demás a través de todo lo que Yo te represento. 

Compilaste una serie de recuerdos y frases ambivalentes que blandes con maestría para justificar el no hacerte amar. ¿Entiendes?  por esa razón jamás te podría Amar. – un brisa helada nos recorre, contengo las ganas de llorar - Julio te sé desde hace mucho. 

Yo te amo incluso antes de que tú lograses sostener la mirada con dignidad.  Eres cruel y destructivo. Pero, paradójicamente, para preservar el Amor que te tengo jamás me permití amarte. Ni siquiera un poco. Incluso llegué a temer lo que aparentaba que te estabas convirtiendo. Muchas veces creí odiarte. No tenía claro si eso era lo que tú querías, pero estaba cierta, y nunca dudé,  que eso era lo que necesitabas: Idealizarme.  Soy la Mujer que te da la palabra perfecta en el momento adecuado, la que te brida el alivio, la risa,  la única a la que le permites sofocarte al punto de la asfixia sin destruirla para reivindicarte o por simple goce –Explica Julio, en el sueño podía ver nuestro reflejo a través del cristal del aparador de un restaurante. Detrás del  reflejo de ambos fundiéndonos como una sola persona, había una familia comiendo feliz alrededor de una mesa repleta de viandas y vino, el padre sonriendo, la madre mirándolo con amor  y tres niños hermosos. 

Yo los observa. Un pequeñín, no mayor de dos años, de cabello encrespado y sonrisa traviesa, del otro lado de la ventana, me saludaba o se despidió de mi risueño, sentía un amor profundo por él – Ella volteó hacia mí y de forma instantánea me precipité en caída libre en aquellos abismales y hermosos ojos grandes y oscuros.

Susurró: – Julio, tienes que ser más específico en lo que deseas y más contundente en lo que quieres. Te estás extinguiendo tratando de demostrar que ya no eres ese niño deprimido y maltratado. Tienes que dejar de tratar de demostrar que eres bueno e inteligente. Tienes que vivir -Aquél escenario estalló como el cristal. Un terrible golpe de agua gélida impactó contra mi cabeza como un millón de navajas. 

La frágil embarcación volcó y desapareció de debajo de mí como en un estallido que la elevó a varios metros de altura. Una muralla liquida se erigió frente a mi desafiante y cayó de súbito despiadada espumeando sobre mi cabeza e impactándome contra las rocas del fondo. Como si procurarse aplastar un bicho.  Estuve a punto de perder el conocimiento en el primer asalto. tragué demasiada agua. Sin embargo me impulsé con toda la fuerza de mis piernas desde el fondo. 

De súbito comprendí el lugar que había adoptado en medio de esa inmensidad líquida y violenta. Era inútil responsabilizar a alguien, como inútil esperanzarme en un rescate. Yo elegí esta situación. 

Nuevamente el revés de esa fuerza viva e  inasible me llevó hasta el fondo, feroz, violenta, decida a aniquilarme,  ampliando mi conciencia y agudizando mi percepción. Me sentía a merced de un verdugo que me mantendría lo suficientemente alerta para lograr la conciencia más fina del dolor y la muerte hasta el último suspiro. Fijé en mi mente  que nadie sabía que estaba sumergido bajo esas furiosas toneladas de agua gélida y salda. Me afirmé en la soledad. 

Sencillamente tenía que decidir dejarme llevar por la corriente y vivir, o luchar  para fatigarme y morir –Julio hace una pausa, respira profundamente y cierra los ojos – No tenía miedo. Lo juro.  Es fascinante apenas mantenerte a flote por unos segundos y contemplar la posibilidad de que nada de lo que  te está sucediendo depende de ti. Ante esa inmensidad nada puedes controlar. La asfixia me era un placer desconocido. La espuma de las olas hervía y la corriente marítima  me alejaba de cualquier sitio que pudiese ver más allá de esa inmensa ira que me sacudía y golpeaba contra el fondo. Cuando emergía miraba el cielo y observaba puras cumulonimbus, parecía que el día no iba a aclarar, se avecinaba una tormenta, era el final. En un instante, como sí aquella bestia se hubiese hartado de mi, me escupió sobre un arrecife en del cual pude aferrarme para dirigirme a la bahía. 

Tardé más de dos horas en llegar a la orilla a 5 kilómetros de donde estaba aparcado el remolque. Mientras me arrastraba por la playa tenía la convicción de que pude haber soportado más tiempo. Caminé a pie de carretera sonriendo hasta el campamento. Entré al remolque entre la mirada azorada de mis colaboradores que no se atrevieron a preguntarme qué es lo que había sucedido. Saqué de un estante una botella de Jack Daniels, me serví un trago, tomé las llaves de una de las camionetas y conduje al hospital más cercano pues sangraba profusamente por la herida de la cabeza. Todos guardaron silencio, como usted hoy. 

Le veo la próxima semana.


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