“Para romperte la madre, nadie como tu familia”...
Al conocer a los integrantes de la familia de mis pacientes regularmente surge en mi la siguiente pregunta - "¿me habré equivocado de paciente?" - esta interrogante surge al observar la interacción entre el llamado "enfermo" (paciente identificado) y el resto de su grupo familiar, pues desde la llamada telefónica de primer contacto queda de manifiesto, las interacciones patogénicas de éste con el resto de su familia y, muy especialmente, la necesidad que tiene el grupo familiar de mantener su homeostasis a través del "paciente" llámese "psicótico", "adicto", "deprimido", "bipolar", "border" etc.
Regularmente la patología “mental”
se da exclusivamente en la interacción familiar, ya que en la mayor parte de
los sujetos a los que hago referencia, el conflicto intrapsíquico, que detona
una vulnerabilidad neuropsicológica, se manifiesta durante y en las relaciones
familiares de forma multidireccional. En estas familias el espectro delirante
es muy extenso y enquistado. Me refiero a la configuración de estos sistemas
como “enquistados”, haciendo referencia a la organización que adoptan las
amibas, ya que una fuente importante de problemas las encontraremos precisamente
en el fuerte impulso, del paciente identificado y del grupo familiar, para
preservar la simbiosis y evitar la independencia de sus componentes. En este
espectro delirante incluyo toda la gama de manifestaciones simbióticas
observables a través de las interacciones del grupo familiar, que coadyuvan en
la formación y mantenimiento del síntoma. El “paciente” es como la fiebre de la
familia.
Fotografía de un Quiste Amebiano.
Los quistes de la ameba son los que transmiten la enfermedad por su gran resistencia estructural, son resistentes a la cloración del agua y a la congelación.
Brown acuñó la frase “masa
indiferenciada de egos” para describir a las familias con excesivos mecanismos
simbióticos y Wyme habla de la “banda de goma” que rodea a todos los
componentes de estas familias. Pensemos en estas familias amalgamadas como un
conjunto de seres poco diferenciados, con escasa individuación, con una
deficiente diferenciación de sus representaciones del self y los objetos y con manifestaciones
conductuales en las que existen muy pocas posibilidades de encontrar opciones gratificantes
fuera del sistema. Por lo tanto, se ven obligadas a actuar todos sus impulsos,
agresivos, o sexuales, en el interior de la familia. Es fácil comprender que
esto les provoca grandes dificultades por sus consecuencias tanto incestuosas
como destructivas.
Como fundamento del párrafo
anterior, es común la observación, especialmente en adolescentes, de que el
inicio de un cuadro psicótico se produzca por circunstancias un intento de
separación de su parte. Ante una familia con un “miembro síntoma” es importante
estudiar las características de sus procesos simbiotizantes ya que ello nos
proporciona la información de su génesis psicológica del trastorno. Sin
embargo, consideramos que es más valioso el conocimiento de estos mecanismos si
los aplicamos al proceso terapéutico. Si comprendemos los factores etiológicos,
el valor homeostático del proceso y la necesidad de mantenerlo a través de que
uno de sus componentes sea el síntoma, tendremos mejores posibilidades de
ayudar al sistema familiar para que intente otro mecanismo equilibrador más
adecuado.
Existen dos mecanismos básicos
que son la base del espectro delirante de las familias quísticas, la escición y
la identificación proyectiva. La escición hace referencia a la existencia de
dos representaciones intrapsíquicas de valencia antagónica: una representación
de objeto parcial, investida libidinalmente, y otra, cargada con agresión. Este
fenómeno es característico de la posición esquizoparanoide, que describió Klein,
así como de la fase simbiótica normal. En la medida en que el niño puede
integrar su representación total de objeto logrará una cohesión de su Yo y
pasará a la siguiente etapa, la posición depresiva. Si ésta no alcanza, se
perpetuará en el individuo un estado en el que todos los objetos serán vividos
como parciales, escindidos y catexiados con una u otra valencia. Una persona en
la que persista esta escición tendrá necesidad de deshacerse de sus impulsos u
objetos “malos”, por lo que los proyectará al exterior, al otro, al que pueda
funcionar como su depositario. En el sistema familiar el depositario será aquel
que por diversas razones necesita absorber esos contenidos. Estas personas son
llamados chivos expiatorios, pacientes identificados, adictos, locos,
bipolares, depresivos, etc. y desempeñan los roles o papeles idiosincráticos.
La identificación proyectiva,
Melanie Klein la describe, como el proceso por el cual el paciente identificado
envidia un aspecto proyectado de sí mismo y desea destruirlo. Esto lo podemos
observaren un cónyuge que proyecta en el otro algo “malo” y después lo denigra
por ello. También lo vemos en los padres que proyectan en el hijo sus
pecaminosas fantasìas sexuales y, cuando éste las realiza, lo rechazan y
castigan. Otro ejemplo más es el de los progenitores recionales y controlados
que depositan en uno de sus hijos y, cuando éste las actúa, son los primeros
que se escandalizan y asustan cuando ven las locuras en el hijo.
Desde el inicio enfatizamos que
estos mecanismos, a pesar de su disfuncionalidad, sirven para mantener el
equilibrio familiar.
Como podemos ver, esta
multidireccionalidad de depósitos proyectivos revela límites del self, “porosos”
en exceso, en los integrantes de núcleo familiar; esto constituye, a nuestro
juicio, una característica importante en las familias con problemas que están
dentro de este espectro simbiótico. Además, es evidente, en mi experiencia
clínica, una característica importante de las familias enquistadas y dificulta
de sobremanera las intervenciones hacia el paciente identificado si ésta se
realiza en forma exclusiva. Por otra parte, el espectro delirante familiar
trata de engullir al clínico y hacerlo jugar un rol de aliado o enemigo.
Las consideraciones previas me
conducen a una hipótesis que varios autores han señalado, y que Searls amplia y
enfatiza, que establece que una persona “enloquece”, entre otros factores, por el
continuo y sistemático esfuerzo por parte de uno o más personajes
significativos en su desarrollo para. Este proceso de enloquecimiento se logra básicamente
a través de los mecanismos descritos a los que podríamos añadir una característica
más: uno de los efectos de los depósitos es que al individuo se le coloca ante
situaciones conflictivas irresolubles.
Para mantener el equilibrio
familiar es posible que uno o más integrantes sean los que tengan que absorber
los problemas sin solución de la familia. Si esta se concentra en uno solo, el
resto de la familia se mantendrá aparente y relativamente sana, sin “destructividad”.
Sin embargo, concomitantemente con el mecanismo anterior, existe otro con signo
contrario: un genuino e importante impulso por parte de la familia para ayudar
al individuo más abiertamente enfermo. Esto, además, tiene una motivación
pragmática para ellos. Piensan que si se ayuda al loco ellos mismos podrían ser
ayudados; si por una parte la familia necesita enloquecer a uno de ellos, al
mismo tiempo necesita curarlo - ¿hay algo más “enloquecedor” qué este impulso? –
Antes de concluir me detengo en
una consideración que es menester subrayar para ser valorada con mucha
atención. Si el clínico acepta a un paciente diagnosticado bajo cualquier yerra
de locura y califica al resto de la familia como sana o no necesitada de
tratamiento, es posible que esto produzca un congelamiento del status de la
patología, tanto del paciente como de la familia, impidiéndoles la modificación
del equilibrio patológico ya establecido.
El enfoque terapéutico exclusivamente
individual puede ayudar al paciente identificado a comprender y elaborar sus
problemas intrapsíquicos y los relacionales con el consiguiente desequilibrio
de la homeostasis familiar y, si ellos no están preparados para el cambio, se
opondrán con todos los medios a su alcance.
Este proceso es ampliamente
conocido por los paidopsiquiatras. Si realizan una eficiente labor terapéutica con
uno de ellos y dejan intacto el sistema familiar, cuando se producen cambios
evidentes en el paciente, la familia decide suspender el tratamiento.
La conclusión es evidente. Podemos
ampliar y hacer más eficiente la ayuda al paciente identificado en tanto
podamos, en forma simultánea, ayudar al sistema familiar a romper las fuertes
ligas patológicas que lo unen para así facilitar los procesos de individuación-separación
y alcanzar un mejor equilibrio en las relaciones del paciente, tanto con su
familia como con el exterior.
Agradeceré los comentarios sobre el texto anterior.
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