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martes, 10 de mayo de 2011

Depresión en el posparto




En la práctica diaria es frecuente atender mujeres que sufren complicaciones depresivas postgestacionales. En mi experiencia clínica, quienes sufren depresión postparto tardan entre 2 y 3 años en solicitar ayuda. He observado que existen múltiples factores que limitan el acceso a atención especializada. En primer lugar, debido al sesgo diagnóstico, ya que en nuestro país, no existen protocolos habituales de detección, lo que se refleja en el subdiagnóstico. Por otra parte, la maternidad en la sociedad latinoamericana está sobrecargada de un "deber ser", a veces rígido e inflexible, que normaliza la tristeza y genera una gran carga de vergüenza por sentir lo que "no deberían sentir" en un momento que se supone, equivocadamente, la realización femenina.

Para un entendimiento global, es fundamental considerar que durante el embarazo, el cuerpo materno se modifica y adapta para gestar y mantener con vida a dos organismos con requerimientos sistémicos complejos e independientes que, día tras día, van in crescendo. El parto, como fenómeno

fisiológico resolutivo, demanda que se activen una serie de procesos biológicos de distinta índole, con gran gasto metabólico, que tienen por objeto inicial, mantener con vida a la madre, y en segunda instancia, readaptar el organismo para el maternizaje. Esto representa una tarea biológica multisistémica hipercompleja que por su rapidez puede ser desencadenante de depresión.

Podemos diferenciar tres tipos de manifestaciones depresivas en el período inmediato que sigue al parto: baby blues, depresión moderada y depresión grave.

El baby blues es la afectación más frecuente; se estima que está presente en el 50-70% de las mujeres en el postparto. Suele aparecer en el segundo o tercer día después del nacimiento y regularmente coincide con el egreso del hospital. Es un cuadro depresivo muy leve que se manifiesta con una sensación difusa de tristeza; sentimientos de inadecuación, incapacidad e incertidumbre al respecto de los cuidados que requiere el recién nacido; insomnio , fatiga diurna, irritabilidad y falta de apetito. Suele durar de 7 a 10 días en promedio. Remite de forma espontánea, no requiere de tratamiento farmacológico sino de soporte emocional al binomio madre-hijo. Esta variación transitoria del estado de ánimo genera una adaptación biopsicosocial e intersubjetiva de las relaciones entre madre, padre y recién nacido. Asimismo se asocia al ajuste neuroendócrino que se gesta en la mujer para llevar a cabo la tarea biológica de maternizaje, es decir: amamantamiento, estado de alerta continua a los sonidos del bebé e interpretación de los mismos (saber cuando tiene hambre, cuando está mojado, cuando tiene frío, etc), dormir junto a él sin ejercer presión que impida la mecánica respiratoria etc; son tareas que están inscritas onto y filogenéticamente, y que aseguran el vínculo afectivo y la supervivencia del ser humano. Este proceso adaptativo se considera fisiológico (normal), sin embargo se puede agravar por acontecimientos vitales negativos o una baja satisfacción en el cumplimiento de las expectativas de pareja. Ello puede dificultar e incluso complicar la resolución de este proceso.

La depresión leve, moderada o grave constituye un trastorno. Inicia a las 2 ó 3 semanas posteriores al parto y alcanza su máxima intensidad entre 2 o 3 meses. Requeriere la intervención de un equipo de especialistas conformado por un ginecobstetra, un psicólogo y un psiquíatra, ya que sí este padecimiento no se trata de forma integral, existe la posibilidad de síntomas residuales como lo es los trastornos del sueño, alteraciones cognitivas, de la atención y la memoria, cambios de la personalidad persistentes y distimia.

Consideraremos algunos síntomas para ejemplificar las diferencias entre la intensidad de la depresión leve, moderada y severa: La tristeza, en la depresión leve, se expresa solamente si se le preguntan a la madre cómo se siente; en la moderada se da forma espontánea como un malestar interno, que incapacita la capacidad de disfrutar y con tendencia a la irritabilidad y al aislacionismo. En la depresión grave la tristeza es evidente por la expresión facial, por la postura, el tono de la voz y la tendencia al llanto fácil. En el caso de la culpa, la madre se autorrecrimina a sí misma: cree ser incompetente para el cuidado del bebé; alberga profundos sentimientos de minusvalía e inadecuación, pues cree que no cumple con las expectativas de la pareja y siente haber decepcionado a su madre y a su suegra. En la depresión moderada se asocian las a ideas de culpa con alteraciones en la atención, la concentración y la memoria; la madre incurre en olvidos y errores ejecutivos frecuentes que la incapacitan a vigilar aspectos fundamentales del cuidado al recién nacido. Siente rechazo por el bebé, lo cual la atormenta, cuestiona la elección de pareja y pueden existir episodios de agresividad en contra de la misma pareja y en contra de otros miembros de la familia. En este punto del curso de la enfermedad, se incrementa el riesgo de negligencia o maltrato accidental o intencional al bebé. Cuando las alteraciones cognitivas se agravan, la depresión se vive como un castigo. La madre escucha su propia voz denigrándola (p.ej. "eres una pésima madre...." "nunca debiste tener hijos....", etc) e incrementa la ideación, planeación e intento suicida. Cuando evoluciona el padecimiento, existe la probabilidad de que surjan complicaciones; por ejemplo, síntomas psicóticos: la madre escucha voces acusatorias o de denuncia (alucinaciones auditivas) y/o experimenta alucinaciones visuales en las que puede ver al bebé por ejemplo como "una araña" y atentar contra su vida (ver), por lo que es inevitable separar a la madre de su hijo y atender estas manifestaciones en un medio hospitalario.

En conclusión, el sufrimiento originado por la depresión postparto y el estrés no puede ser negado. Es menester el bienestar de la madre, ya que de ella depende el acoplamiento y el reconocimiento del binomio ("enamoramiento"). Esta serie de procesos neuropsicológicos permiten la dependencia absoluta y segura del recién nacido, la certeza de la permanencia y la constancia de los cuidados maternos; fundamental para los seres humanos.

Todos los eventos durante este periodo quedan registrados en forma de memoria celular primitiva, que constituyen estímulos para el desarrollo del sistema nervioso central. Múltiples investigaciones resaltan que el tacto de piel con piel es fundamental para la neurogénesis. Asimismo, varios autores resaltan como fundamental el reconocimiento visual del cuerpo de la madre, la asociación del aroma con las variaciones de la voz materna, el contacto oral y la calidad del alimento como prototipo fundamental para el desarrollo de procesos intelectuales, psíquicos y relacionales complejos a lo largo de la vida.

El impacto del estrés prolongado y de la depresión, afectan el vínculo entre la madre y el recién nacido, lo que puede alterar las líneas de desarrollo. Por otro lado, la depresión puede ser persistente durante años (distimia) e incapacitar gravemente el funcionamiento global de la mujer.

Agradeceré cualquier comentario o duda al respecto de este tema, que por su extensión, requiere un abordaje mucho más amplio.






Jarne y A Talarn, (compiladores), Manual de psicopatología clínica, 1ª. Edición, Ediciones Paidós, España, 2000, p. 516.

Corlay Noriega, Irma, Dra. PAC, psiquiatría-5, Quinto Aniversario, Programa de actualización continua en psiquiatría, Libro 4, Depresión y embarazo.

1 comentario :

israel dijo...

Entonces si entendì, la maternidad no nos lleva a situaciones agradables, pero es sabido que la mujer se deprime poco despuès del parto, lo que no sabìa era que esa depresiòn mucho tiempo despuès se manifiesta, gracias por los nuevos conocimientos.